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El profesor suizo que llegó a New York con sólo dos caballos criollos para demostrar la destreza de su raza

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En los proximos días se cumplirán 100 años de un mítico viaje a caballo que unió gran parte del continente americano hacia mediados de la década del ’20. Los festejos de semejante aventura tendrán lugar en la estación Solanet el próximo 26 de abril, a pocos kilómetros de Ayacucho, donde comenzó la historia.

Aimé Tschiffely junto a Gato y Mancha en México. Gentileza Pablo Zubiaurre

“ … Tengo el propósito de hacer un viaje, a caballo exclusivamente, partiendo de Buenos Aires para llegar, vía Chile, Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica. Nicaragua, México, California, Salt Lake City y Chicago a Nueva York. Mi deseo es, de ser factible la empresa, es utilizar para el raid sólo caballos criollos, tipo argentino, para demostrar así de modo concluyente las bondades del caballo criollo…“ Así comienza la carta que Aimé Tschiffely envió al Dr. Emilio Solanet.

“Soy suizo, de 29 años, con 5 de residencia en Inglaterra y 8 en el St. George’s College de Quilmes;{…}. Opino que la realización del raid en cuestión, que sería único en los anales del hipismo mundial, constituiría en caso del éxito, una propaganda de valor inestimable para el tan difamado caballo criollo”, añadió Aimé hacia el final de la misiva.

Un alto en tierra colombiana. Gentileza Pablo Zubiaurre.

El Dr. Solanet, dueño de la estancia El Cardal en Ayacucho, era un estudioso de los caballos criollos y los criaba en su propiedad. Veterinario y político determinó los estándares que definieron a ese tipo de caballos como una raza.

El hombre había viajado al sur de Chubut. Allí, en las inmediaciones del río Senguer, un cacique tehuelche llamado Juan Shacqmatr (Juan Sakamata) solían vender sus caballos. Solanet compró unos cuantos que llegaron en varios arreos desde Colonia Sarmiento.

Estos caballos descendían de los primeros ejemplares que había traído Pedro de Mendoza en 1536. Se habían criado cimarrones y con el correr de las generaciones se adaptaron a esa vida con características propias.

Un tiempo después, Solanet recibió al suizo en la estancia. Aunque no muy convencido, le resultaba interesante probar los caballos que había estudiado.

“…no le dí a elegir entre los nuevos de 6 o 7 años, sino entre los ya maduros, entre los de 15 años arriba. Si resultaban sacrificados inútilmente, era menos lo que se perdía.”, contaba Solanet. Y eligió a Mancha de 15 años y Gato de 16.

Tschiffely fue muy bien recibido en las ciudades que visitó. Ocurrió lo mismo en Buenos Aires donde se vinculó con la élite porteña.

El 23 de abril de 1925 el jinete y sus dos caballos partieron de la Sociedad Rural de Buenos Aires. Rosario, Santiago del Estero, Tucumán y luego hacia los Andes para cruzar a Bolivia. Y desde allí a toda América.

“Llevaba una olla, una pava, arroz, azúcar porotos, café, té, azúcar, sal y bizcocho, cuenta Soledad Saubidet (@descubirendobuenosaires) guía de turismo y museóloga. Además, monedas de plata para pagar a los indios por servicios y víveres durante el camino, una brújula ,un barómetro y un par de libros para los momentos de aburrimiento”.

Mapas, documentos y varias cartas de crédito —entre ellas cierto auspicio del diario La Nación —, que le facilitaron la vida y los contactos en las ciudades, formaron parte de su equipaje.

Partió provisto de cojinillos para hacer más suaves sus sueños, una manta de lana, un poncho impermeable, un mosquitero y un sombrero con una red que le llegaba hasta los hombros para protegerse de los insectos. Una máscara de lana y unos anteojos verdes para resguardarse de la arena y el viento.

«Gato y Mancha, la odisea de dos caballitos criollos» fue el libro que Tschiffely escribió después de su aventura americana. Se publicó en inglés en varios países.

Todo esto lo sabemos porque Aimé escribió un libro: Mancha y gato, la odisea de dos caballitos criollos, donde cuenta en detalle la travesía. “Allí relata con mucha gracia el viaje y los hechos clave que le sucedieron”, cuenta Soledad quien leyó y analizó esta suerte de crónicas y las compartió con LUGARES.

Es un libro difícil de conseguir, aunque después de la primera edición se hicieron otras. Tampoco se encuentra en versión digital.

Gato y Mancha habían nacido en la Patagonia y fueron criados en la estancia El Cardal de Ayacucho, propiedad de la familia Solanet.

La aventura les llevó más de tres años. En algunos sitios Aimé se aquerenció: en México se quedó más tiempo del planeado, seducido por su gente. En otro momento perdió plata y ese hecho retrasó sus planes.

En Chiapas, México, “Gato iba tan rengo que se hacía difícil {…} un veterinario descubrió que era un clavo mal puesto en su herradura que había provocado un acceso agudo y muy doloroso. Además, había sido golpeado por una mula. A Mancha no le hubiese pasado, atacaba a cualquiera que se le acercaba”, cuenta Aimé.

Le aconsejaron sacrificarlo, pero él se negó y lo mandó en tren hasta D.F. , seguro de que mejoraría con un clima más amable, y continuo con Mancha.

Mancha y Gato eran muy diferentes y su personalidad quedó evidenciada a lo largo del viaje en diferentes pasajes del libro. Mancha (de pelaje overo) era más aguerrido, Gato (de color gateado, amarillo parduzco), tranquilo y dócil. Ambos habían nacido en la Patagonia y fueron criados en El Cardal.

“Los caballos criollos tienen características propias derivadas de los 500 años que anduvieron sueltos y se vieron obligados a adaptarse a las inclemencias del tiempo, la escases de comida, las secas”, cuenta Emilio Solanet, nieto de aquel Solanet que prestó los caballos. “Se caracterizan por la rusticidad, la longevidad y son más fértiles que otras razas. Guapos y resistentes, tienen un instinto natural para trabajar con el ganado vacuno”

A la hora de andar, Tschiffely alternó uno y otro caballo. En algunos momentos se bajaba e iba a la par de los animales.“ Los caballos se convirtieron en excelentes y precavidos montañeses. {…} Atravesando ríos peligrosos y laderas escarpadas.”

Varias veces, como consta en sus escritos, se resbalaron por un precipicio, pero siempre se salvaron. Los criollos resultaron grandes nadadores y en zonas montañosas sortearon el soroche o mal de altura, con éxito.

Gato , Mancha y Aimé en Manizales, Colombia. Gentileza Pablo Zubiaurre.Gentileza Pablo Zubiaurre

“Tschiffely era muy metódico –señala Saubidet–, estudiaba las regiones antes de adentrase para evitar, sobre todo, las grandes lluvias, aunque más de una vez le tocó enfrentar una tormenta a campo traviesa”.

Tanto tiempo alejado de todo le dio un aspecto peculiar: “No fui bien visto en un hotel con mi aspecto: mi traje de cuero, mis armas de fuego, y el rostro horriblemente agrietado y quemado”, se lamenta el suizo.

La mayor parte del viaje anduvieron los tres solo. Sin embargo, por trechos no le faltaron compañeros. Un inglés aventurero se sumó en un tramo. En Ecuador, Víctor, un joven huérfano, los acompañó en el tránsito por ese país hasta Panamá, “Su compañía me hizo el viaje más fácil”, cuenta Tschiffely.

Más adelante, el guía Ángel Riso, marchó a su lado durante los 400 km de la ruta a Tehuantepec, México. Un camino de tierras pantanosas y selvas tropicales, muy difícil. “En cada choza que pasábamos nos homenajean con iguanas cocidas que resultaron muy apetitosas”, recuerda.

Aimé y Mancha, siempre juntos. Gentileza Pablo Zubiaurre

La travesía por América fue una verdadera aventura. Además de las inclemencias del tiempo, atravesó un país en plena revolución (México), evitó otro en una situación similar (Nicaragua) y aceleró el paso por las tierras que no le gustaron (El Salvador). En México y Costa Rica se sintió muy a gusto. Allí se instaló por un tiempo prolongado.

Aquí, algunos momentos destacados del viaje que aprecen en el libro.

El desierto Mata caballo al NO de Perú les deparó todo un desafío. “Nos esperaba el desierto y sus arenales {…} Para la sed me recomendaron llevar una caramañola de coñac y jugo de limón mezclado con sal. Este viaje fue muy cansador, lo único que nos moviliza es llegar al río más próximo y mantenerme despierto. En los villorrios dormía en los calabozos de las comisarías. Lo primero que debía hacer en cada parada era buscar forraje para ellos, después podía ocuparme de mi {…} Grande fue mi alivio cuando dejamos atrás el desierto Mata caballos”.

Al llegar a Colombia se sorprendió porque allí no se conocían los caballos overos y Mancha fue toda una sensación.

Tschiffely llegó a Panamá con el canal recién construido. “¡Qué obra faraónica! {…} Pensaba esto sobre el barco que atravesaba el canal de Panamá, para mis caballos no fue una buena experiencia”.

Se detuvo allí a la espera de la estación seca y protagonizo una activa vida. “Me invitaron a muchas fiestas, pero me di cuenta de que ya no era el mismo de antes me había vuelto rudo, muy rudo.”

En México DF Aimé y Mancha desfilaron en la plaza de toros de esa ciudad. Gentileza Pablo Zubiaurre

El viaje hasta Costa Rica fue duro y Aimé lo sabía por eso se demoró disfrutando de la vida civilizada en Panamá. “Conseguí un nuevo guía que me acompañara, sabía que era casi imposible atravesar solo esa selva (jaguares, gatos monteses, jabalíes, venados, pavos salvajes, cocodrilos…).”

Avanzaron a puro machete por bosques tropicales con enredaderas gigantes, silencios interminables y ríos peligrosos. Anduvo preocupado por las serpientes y menciona a los indios chiriquis que usaban plumas alrededor de los tobillos y se afilaban los dientes para hacerlos puntiagudos. El calor húmedo resultó agobiante, “…los cocodrilos no nos permitían refrescarnos en los ríos”.

Además del clima tuvieron otros contratiempos, “Nuestra mula carguera se espantó y fue perdiendo en el camino mi preciado equipaje y lo peor es que se perdieron casi todas las monedas de plata. Como buscando un tesoro fui tras las pérdidas en la selva y algo encontramos”.

Mancha junto a Aimé vestido de gaucho en DF. México.

México los recibió en grande. Según refiere Aimé, esa gente fue quien mejor comprendió la esencia de su proyecto.

Atravesó todo el país en plena revolución. En determinado momento, para llegar a Oaxaca y por orden del ministro de Guerra de esa país, fue escoltado por 10 soldados y un oficial. “Una de las noches en una villorrio, robaron a Mancha, pero con la ayuda de los soldados lo encontramos a pocos kilómentros.”

“{…}Pasamos realmente hambre. Mi escolta estaba completamente rendida. Así que preferí continuar solo, conversando con Mancha que era mucho más entretenido y obediente”.

Los dos criollos sortearon con éxito los arenales peruanos. Gentileza Natgeo.Gentileza Pablo Zubiaurre autor de «Gato, Mancha y Aimé. A cien años de la partida del raid Buenos Aires-Nueva York»

Distrito Federal, México, le deparó una verdadera fiesta. Fue recibido con gran interés, fotógrafos, operadores de cine y periodistas llegaban conocerlo y entrevistarlo“.

“¡Muchas sorpresas me esperaban entre ellas Gato ya recuperado! Cuando vio a Mancha lanzó un relincho”, cuenta emocionado.

Allí fue invitado a una corrida de toros que contó con la presencia del presidente y luego e él desfiló a caballo por la arena.

A la hora de partir rumbo a Monterrey una multitud de charros a caballo salieron a despedirlo y lo escoltaron durante varios kilómetros.

El jinete describe así su llegada al país del norte: “Entrar a Estados Unidos fue entrar a la civilización, un país donde hay funcionarios públicos, avena arrollada, caminos de cemento, servicios motorizados y biblias.”

En cuanto a los criollos destaca: “Cuando fui a buscarlos para ensillarlos, se acercaron para frotar sus hocicos contra mi cuerpo y los acaricié diciéndoles: Macanudo, viejos…ya estamos. Me pareció que comprendían que yo estaba contento y muy satisfecho de ellos.”

Texas, Oklahoma, St. Louis. Allí dejó a Gato y cruzó el Mississippi con Mancha . Avanzó por Indianápolis, atravesó las montañas de Blue Ridge y después, Washington. Desde allí viajó en barco, siempre con su caballo, hasta Nueva York.

“Sí, viejo: esto es New York, pero sé que las pampas argentinas te llaman. Ten paciencia. Te llevaré de vuelta, porque bien te lo mereces “, prometió Aimé. Corría el 20 de septiembre de 1928.

En Nueva York fue toda una sensación. Allí lo recibió el alcande de la ciudad. Gentileza Pablo Zubiaurre.

Fue recibido por el alcalde de la ciudad James Walker. “Me hicieron vestir con un traje tradicional de gaucho y mis caballos llevaban los más hermosos arreos antiguos, enviados especialmente por el coleccionista porteño Muñiz Barreto.”

Allí, fue escoltado desde Broadway y la 5ta Avenida hasta el Central Park, donde se alojaba Mancha. Gato llegó más tarde y ambos caballos fueron exhibidos durante 10 días en el Madison Square Garden. “Luego volví a Washington donde fui recibido por el presidente”, finaliza Aimé.

El 1 de diciembre de 1928 partieron en barco rumbo a Buenos Aires. Veinte días más tarde una multitud los esperaba. En cuanto terminaron las recepciones el Dr. Emilio Solanet llevó los caballos de regreso a la estancia para un merecido descanso. Aimé volvió varias veces a visitarlos. Cuentan que al verlos juntos se percibía una gran complicidad entre los tres.

Aimé volvió a vivir en Europa. Varios años después de su muerte, las cenizas regresaron a Ayacucho. Hoy está enterrado en la estancia junto a sus inseparables compañeros.

Por indicación del Dr. Solanet, los cueros de los caballos fueron rescatados por un taxidermista, actualmente se exhiben en el Museo del Transporte de Luján Enrique Udaondo.

En la plaza San Martín de Ayacucho, un monumento recuerda al suizo y sus dos criollos.

Este año se cumplen cien años de la histórica aventura. Por este motivo, el sábado 26 de abril en la estación Solanet ,a 26 km de Ayacucho, tendrá lugar una gran celebración desde las 10 de la mañana, abierta al público.

Homenajes varios, una marcha hasta El Cardal a caballo y un gran almuerzo con peña incluída, son parte del programa organizado para festejar esta epopeya protaognizada por dos caballos criollos y un suizo aventurero.

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