El discurso de Javier Milei tras la derrota fue tan breve como bipolar. Planteó que el Gobierno haría una autocrítica y se corregirán los errores políticos, pero ratificó el rumbo económico y más aún, dijo que lo redoblará. Justamente, el rumbo económico es en gran medida lo que rechazó la sociedad en la elección de ayer y en prácticamente todas las del año en las que el Gobierno no pasó de los 35 puntos en ningún distrito.
Si siempre se dice que las elecciones en el suelo bonaerense son la madre de todas las batallas, debido a que votan cuatro de cada 10 argentinos, ayer el Gobierno vivió la madre de todas las derrotas. Esta derrota puede presentarse como un efecto dominó.
En teoría militar, la derrota en un frente decisivo puede desencadenar un efecto dominó estratégico, donde la caída de una posición clave repercute en todo el dispositivo bélico. El célebre militar alemán Clausewitz lo conceptualizó como la pérdida del centro de gravedad, o el schwerpunkt (que en fonética es el «shfér-punk-t»), el punto que sostiene la cohesión del conjunto.
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Una derrota allí no solo implica sólo la pérdida territorial, sino también el quiebre de la logística, las comunicaciones y, sobre todo, la moral. Este fenómeno, también llamado efecto cascada o colapso sistémico, provoca que otros frentes, aunque no hayan sido atacados directamente, se debiliten o incluso se derrumben sin combate.
La historia ofrece ejemplos claros de este tipo. Por ejemplo, la caída de Stalingrado en 1943 marcó el inicio del retroceso nazi en el Este. En 1944, la derrota alemana en Normandía precipitó la liberación de Francia. En Malvinas, la pérdida de Goose Green minó la confianza argentina. En todos los casos, un frente crucial actuó como ficha de dominó que arrastró al resto del tablero militar.
El discurso ambivalente de Milei refleja una contradicción que ayer se hizo evidente. Si abandona su política de ajuste permanente, los mercados dejarán de creer que puede pagar las altísimas tasas de interés que tienen los bonos y se puede producir un descalabro económico. Si continúa con la motosierra, seguirá derrumbándose la imagen del Gobierno y los mercados tampoco creerá que puede sostener su plan económico y también se puede producir un descalabro.
Esto esconde el fondo de otra contradicción ridícula. Las altas tasas de interés tenían que ver con mantener los bonos en las manos de los grupos de inversión, para que los sigan renovando, no se dispare el dólar, siga la inflación controlada y se pueda ganar la elección.
Ahora, se perdió la elección y se debe mantener el rumbo económico para que no se desmadre todo el Gobierno. Las altas tasas de interés, que pasaron de herramienta electoral para derrotar al peronismo, son el tapón de un barco averiado, al que le entra agua por todos lados.
Lo mismo se puede analizar con el tipo de cambio. Mantener el dólar barato apuntaba a controlar la inflación para ganar la elección. Sin embargo, esto en combinación con la apertura de las importaciones hizo que cierren pymes y aumente la recesión económica. Finalmente, la recesión le ganó a la inflación. Ahora se perdió la elección y el dólar barato es otro de los tapones del Titanic luego de chocar contra el iceberg.
Amplio triunfo del peronismo por 14 puntos de diferencia: Fuerza Patria 47,25% y LLA 33,72%
Citamos ya a Winston Churchill decir, frente a la Segunda Guerra Mundial, que «quien se humilla para evitar la guerra, se queda con la humillación y con la guerra». El Gobierno atrasó el dólar y enfrió la economía con altas tasas de interés para no perder la elección, y ahora se quedó con la derrota y el dólar y las tasas desequilibrados. Si el oficialismo no encuentra rápidamente el rumbo, no será necesario esperar a la elección de octubre para que se vean los desastrosos efectos económicos de la derrota libertaria.
En la narrativa oficial, todo es culpa del miedo que tienen los mercados a la vuelta del peronismo. Sin embargo, de darse un total descalabro económico, esta elección solo sería el catalizador de estas contradicciones que estaban en el centro del modelo económico del Gobierno y que venían siendo alertadas por todo tipo de economistas, desde Domingo Cavallo hasta Emmanuel Álvarez Agis, es decir, desde los polos más opuestos en el pensamiento económico. La política presidencial fue llamarlos “mandriles”. Podríamos decir que, finalmente, los mandriles tenían razón.
En el terreno parlamentario, el Gobierno también tiene un augurio oscuro para su futuro inmediato. Si viene acumulando palizas en el Congreso y el Senado, ahora que recibió este revés electoral, tendrá más dificultades para conseguir aliados que quieran levantar la mano para respaldar a una motosierra repudiada por la mayoría de la sociedad.
Además, la oposición logró media sanción en el Senado para el proyecto de ley que limita los DNUs. Solo falta Diputados y el Gobierno se queda limitado en sus decretos. Con este nivel de derrota es muy difícil que el Gobierno de vuelta el resultado y se acerque en octubre al bloque de los 87 diputados propios. Por esta razón, tampoco tendrá el tercio necesario para blindar sus vetos.
Sin DNUs y sin vetos, se irá hacia una suerte de doble poder institucional en el que el Gobierno no podrá dar un paso sin consultar con el Congreso. Una suerte de democracia parlamentaria a la europea. Y a las hipótesis de que el jefe de Gabinete, Guillermo Francos sería el hombre fuerte de la nueva etapa del Gobierno contrastó que ayer no estuvo en el escenario junto al Presidente.
El Gobierno transformó la elección en un plebiscito sobre su gestión y fue aplastado de manera apabullante. Si la victoria libertaria del 2023 pudo leerse como la revancha de los “bullineados” por la política profesional, esta derrota puede leerse como la venganza de los agredidos por la motosierra y la crueldad de este Gobierno. En las mesas de votación había una importante cantidad de jubilados, algunos que se acercaban incluso con dificultad a votar.
El ajuste indiscriminado sobre las jubilaciones y las constantes represiones de los miércoles en Plaza Congreso tuvieron un efecto devastador en las urnas. Incluso hubo mesas donde la sorpresa fue la cantidad inusual de discapacitados que con sus sillas de ruedas llegaban al lugar de votación. Un chiste resumió de Paz y Rudy en la tapa de Página 12 resumió la situación. El presidente preguntaba a un asesor: “¿Cómo nos fue en la elección?”. Y este respondía: “Se dio lo que decimos, el que las hace, las paga”.
Más de 13 puntos de diferencia con el peronismo liderado por el gobernador bonaerense Axel Kicillof hacen que el sea el gran ganador de la jornada. De hecho, ayer se escuchaba un cántico para él. “Es para Axel, la conducción”, cantaba la militancia hacia un escenario que no encontraba a figuras como Máximo Kirchner. Es decir, era un cántico contra Cristina Kirchner, que buscaba afirmar simbólicamente el reparto de poder dentro del peronismo.
Como ya lo habíamos anticipado en estas columnas, un importante resultado del peronismo hacía que Kicillof pase a ser el primer presidenciable opositor a Milei y genera las condiciones de posibilidad para que vaya construyendo una alternativa de poder.
Cristina Kirchner fue otra de las derrotadas en la victoria. Si bien su espacio político obtuvo un importante triunfo, fue gracias al desdoblamiento electoral, que ella había desaconsejado e intentó modificar, y conducida por su rival interno, el propio gobernador bonaerense. Esto le quita su lugar de líder indiscutida del PJ y le da la posibilidad al peronismo y al propio Kicillof de construir su hegemonía dentro del peronismo.
El nacimiento de Kicillof como presidenciable precipita aún más la crisis del Gobierno, que tenía uno de los principales sostenes en el hecho de no tener alternativa de poder enfrente. Como decíamos en estas columnas, nadie contra quien perder. Ahora sí lo tiene.
Si hay posibilidad de recambio de poder y continúa la crisis libertaria, cuya gestión enfrenta duras denuncias de corrupción, podría hasta gestarse efectivamente el tan temido juicio político. Pero hoy no existen las posibilidades de 2002 con repudio de la deuda externa y la salida de Convertibilidad con las subas de precios de las commodities como dinamo de una recuperación económica.
Además, dado la encerrona que mencionábamos al principio, la economía puede volverse insoportable para la mayoría de la población de ahora en más. Esto metería un importante presión sobre la política para que otorgue a la situación una salida de recambio de poder. Pero el peronismo preferirá que sea el propio Milei quien pague el costo político y cumpla él mismo el papel que en 2002 cumplió Remes Lenicov, aquel ministro de Economía que cargó con todo el costo del ajuste.
Paralelamente, el peronismo no las tiene todas consigo. Que la población haya utilizado la boleta de Fuerza Patria en la provincia de Buenos Aires como una herramienta para ponerle un límite a Milei, le da a Kicillof la enorme posibilidad de construir una alternativa, pero no representa un ferviente respaldo a sus ideas.
Axel Kicillof desafió a Milei a que lo llame este mismo lunes y celebró la victoria: «Es un triunfo de los bonaerenses para todo el país»
Probablemente, el acercamiento del gobernador bonaerense a sus pares de otras provincias, que vienen construyendo un espacio de representación federal y fueron quienes orquestaron parte de la derrota de Milei en Diputados y el Senado, le den una plataforma más amplia desde donde proyectarse, más cerca del centro político y alejada del kirchnerismo, que para un importante parte de la población es sinónimo de corrupción.
Kicillof como figura opositora reúne dos condiciones que pueden ser letales en su duelo con el Gobierno: es economista y tiene imagen de honesto. Partiendo de que Mile dijo que es un especialista en economía, en crecimiento con y sin dinero y que justamente lo que sufre la sociedad es el plan económico que genera lo contrario, encogimiento, Kicillof tiene más credenciales académicas que el presidente en materia económica y podrá brindar una explicación en las antípodas del pensamiento económico de todos los problemas del país y del discurso justificatorio del ministro Luis “Toto” Caputo.
Por otro lado, en un contexto en el que “el Jefe”, como Milei le dice a su hermana Karina, aparece acusada de hechos de corrupción en la compra de remedios para los discapacitados, la honestidad de Kicillof, reconocida por aliados y opositores, en contraste con la deshonestidad de muchos funcionarios de Néstor y Cristina Kirchner, tiene mucha ventaja para sacarle al Gobierno. Pero deberá trabajar mucho para convencer a la población de que podrá conducir un gobierno que no sea inflacionario, como el del Frente de Todos.
Otro derrotado fueron las encuestas con el paroxismo de la de Isasi – Burdman, que continuaba dando ampliamente ganador a La Libertad Avanza sobre el peronismo hasta el día viernes incluso. En gran medida, otro derrotado es el periodismo oficialista que acompañó a Milei en sus desvaríos y patéticamente anoche comenzaba a pedir moderación y mayor diálogo político. Cuánto de esta construcción de subjetividad desenfocada de que el Presidente profundizara sus errores en lugar de corregirlo y atemperarlos. Los amigos del campeón siempre terminan hundiéndolo.
Es interesante analizar el discurso de Milei en comparación con otros de derrotas de medio término. La idea de relanzarse desde una derrota no es nueva en la política argentina. Tras el batacazo electoral de medio término de 2009, Néstor Kirchner fue al Parque Lezama y lanzó un discurso que marcó otro tono: “Yo creía que había que poner todo, y realmente decía bien. No tengo ningún dejo de tristeza. Por el contrario, tengo la alegría interior de sentirme con más fuerza que nunca para dar la batalla que haya que dar”. Fue una autocrítica que renueva la voluntad y no cuestiona el contenido del proyecto, sino la estrategia política. Se trató de una apuesta a la movilización social y a recomponer hegemonía más que a cambiar el rumbo.
El discurso de Néstor contrasta con la reacción de Alberto Fernández tras la derrota legislativa de 2021, cuando dijo: “Evidentemente hay errores que hemos cometido… Nada es más importante que escuchar al pueblo”. Es una autocrítica dirigida al diagnóstico, pero, al mismo tiempo, reafirmó la política económica central, sin revisión de fondo. Una estrategia introspectiva, funcional para la coalición gobernante, pero frágil para quienes demandan cambios reales.
En otro tipo de derrota, la de Fernando de la Rúa en 2001, no hubo relanzamiento sino colapso. Sus últimas intervenciones fueron en tono de rendición. Ofrecía un gobierno de unidad con la dirigencia política, y poco después presentó su renuncia. “Confío que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional”, dijo. Aquí no hubo reivindicación de fuerza sino retiro. Fue un cierre institucional, no estratégico.
En ese elenco de respuestas políticas, el discurso de Milei tras la derrota bonaerense combina elementos de más de uno de los ejemplos anteriores. Por un lado, instó a una “autocrítica profunda”, al mismo tiempo que reafirmó que no cambiará el rumbo económico. Es una autocrítica que no desafía el contenido de las políticas sino -como en el kirchnerismo de 2009- la modalidad o la comunicación.
Sin embargo, la diferencia clave es que el kirchnerismo encontró en ese mensaje una reactivación de la militancia y el proyecto; Milei, en cambio, parece canalizar una autocrítica burocrática que no modifica sustancialmente el programa. ¿Podrá esta fórmula servir como relanzamiento? Si no se convierte en gesto simbólico acompañado de cambios, corre el riesgo de volverse ritual vacío.
En la política argentina solo obtienen señales de relanzamiento genuino aquellas autocríticas que trabajan sobre la estrategia sin desentender el contenido, como la de Kirchner en 2009. Las autocríticas que son solo expresiones retóricas quedan en la nada, y las que llegan tarde, como la de De la Rúa, ya no tienen corrección posible. Al Gobierno le quedan casi 50 días para revertir la situación, una proeza que parece poco probable, a no ser que transforme completamente su rumbo y su esencia.
Frente a la adversidad, no todos los caminos conducen al enfrentamiento directo. En psicología existe una tradición que estudia cómo los individuos pueden salir fortalecidos, o menos dañados, cuando deciden no desgastarse en una batalla imposible sino en reconstruirse por dentro. Allí aparecen conceptos que, aunque provengan de distintas corrientes teóricas, dialogan entre sí en una misma trama: la capacidad de cambiar de perspectiva, redefinir objetivos y aceptar lo inevitable.
La reestructuración cognitiva, pilar de la terapia cognitivo-conductual, propone justamente eso: identificar los pensamientos distorsionados que alimentan el sufrimiento -como la idea de que “esto debería ser de otra manera” o “no puedo vivir con este fracaso”– y reemplazarlos por interpretaciones más ajustadas y funcionales. No se trata de mentirse, sino de darle un nuevo encuadre a lo que ocurre. De ahí su potencia: modificar el marco mental desde el cual interpretamos los hechos puede cambiar radicalmente la experiencia emocional.
En paralelo, la teoría del coping, que se podría traducir como “superación”, de Lazarus y Folkman introdujo la distinción entre estrategias orientadas al problema y estrategias centradas en la emoción. Cuando la situación es inmodificable -una enfermedad crónica, una pérdida, una crisis global-, el coping emocional se vuelve más útil: no buscamos cambiar la realidad, sino nuestra manera de vivirla. En este sentido, aceptar, resignificar y buscar apoyo social se vuelven más eficaces que la confrontación directa.
El «Gordo Dan» reaccionó a la derrota con una cita a Chernobyl e imploró a Milei: «Ordene YA al equipo»
Aquí se conecta con el concepto de resiliencia, entendido no solo como “aguantar” sino como la capacidad de adaptarse creativamente, e incluso crecer, a partir de la adversidad. El resiliente no niega el dolor, pero lo transforma en un insumo para nuevos proyectos de vida. Viktor Frankl, desde su experiencia en los campos de concentración, fue uno de los primeros en plantear que lo decisivo no es lo que sucede, sino el sentido que le damos.
En la psicología del desarrollo, Rolf Brandtstädter acuñó la noción de acomodación de metas: cuando los objetivos originales se vuelven inalcanzables, la salud psíquica depende de la capacidad de reemplazarlos por otros más realistas. Es decir, no insistir en escalar una montaña imposible, sino encontrar nuevas cumbres a las que aspirar. Cambiar de meta no es renunciar, sino reconocer que la identidad personal puede sostenerse sobre nuevas bases.
Finalmente, la aceptación radical, propuesta por Marsha Linehan en la terapia dialéctico-conductual, lleva la idea a su punto extremo, que es dejar de luchar contra aquello que no puede cambiarse. “El sufrimiento es dolor más resistencia”, enseña esta corriente. Soltar la resistencia no significa resignarse, sino liberar energía para actuar donde sí tenemos margen de hacerlo.
En conjunto, estos conceptos delinean una cartografía del cambio interior como estrategia de supervivencia y crecimiento. No es casual que muchas de estas nociones ganen fuerza en épocas de crisis. Cuando la realidad no se deja domesticar, el desafío pasa a ser domesticar nuestra relación con ella. El coraje, entonces, no está en negar la derrota, sino en aceptar sus huellas y a partir de allí redefinir qué significa ganar.
El Gobierno libertario trajo la discusión sobre la importancia del equilibrio fiscal, los problemas que trae la emisión y la necesidad de discutir seriamente el ajuste sobre el gasto público, por ejemplo. Este podría ser su legado, algo que hasta inclusive la propia Cristina Kirchner tomó en su discurso, aunque no haya nunca lo haya cumplido durante sus presidencias, aunque sí hay que reconocer que lo hizo su esposo. Milei podría enfocarse en ese aspecto y tratar de ordenar con ayuda de la oposición los otros frentes, tomándose como un gobierno de transición. Para esto, debería mutar en sus percepciones y dejar el enfrentamiento permanente como estrategia.
Mucho se ha hablado de la relación simbiótica del Presidente con su hermana. Fue sintomático ayer que el lugar reservado en escenario para ella, entre Milei y Patricia Bullrich quedara vacío y Karina prefiriese irse al medio de la otra fila, pero un paso delante de los demás. También que los padres de ambos fueran hasta Gonnet acompañando a los hermanos, no estando el padre del presidente con buen estado de salud. ¿Es a Karina Milei que fueron a apoyar? ¿Es de Karina Milei quien el Presidente tendría que desprenderse para rearticular su gestión? Ayer, entre los libertarios había una demanda por mayor protagonismo del asesor Santiago Caputo en claro detrimento de la secretaria general.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
TV/ff