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Mitos vs. realidad. Los efectos de la marihuana se subestiman, pero pueden generar episodios de psicosis en adolescentes

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Las primeras pitadas fueron a los 16 años. Su primo, dos años mayor que ella, le convidó mientras fumaba en su casa con un grupo de amigos. Desde ese “porro” inicial ya pasaron poco más de dos años, y Josefina incorporó el consumo de marihuana a su vida. Ahora fuma con su novio, con una frecuencia que puede variar entre uno y tres cigarrillos por mes. Josefina forma parte de los siete de cada diez jóvenes que consumen cannabis con fines no terapéuticos, según los últimos datos de la Encuesta Nacional de Consumos y Prácticas de Cuidado realizada por la Sedronar, en 2022.

Los padres de Josefina, de 18 años, no saben nada. Pero ella sí sabe, según confía a LA NACION, que su mamá fuma marihuana de vez en cuando. De hecho, dice, es un tema que fue conversado más de una vez en familia. El caso de la adolescente, que nació en un contexto socio económico de clase media, vive en Belgrano y estudia en la UBA, no es aislado. En el informe de la Sedronar, la marihuana aparece como la droga ilícita de mayor consumo en el país, y crece a medida que aumenta el nivel educativo del hogar.

Según se desprende de los datos obtenidos a nivel nacional, el 21% de la población consumió marihuana con fines no terapéuticos alguna vez en su vida, mientras que el 10,3% lo hizo durante el último año. Como médico psiquiatra infanto juvenil, Andrés Luccisano, subjefe del servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano, afirma que desde la práctica clínica, el consumo de marihuana en adolescentes y jóvenes es una preocupación que se incrementa.

“No solo hay un aumento sostenido en la prevalencia, sino también un inicio cada vez más temprano, con casos frecuentes a partir de los 13 o 14 años -advierte Luccisano-. Se trata de un consumo que ha dejado de ser marginal para convertirse en una práctica normalizada entre pares, muchas veces tolerada o directamente minimizada por el entorno adulto, incluidos padres, educadores e incluso algunas instituciones”.

La observación de Luccisano es compartida por los distintos expertos consultados por LA NACION, que coinciden en que no hay real conciencia del daño que este consumo genera en la salud. “Está totalmente subestimado -plantea el director del Hospital Fernández, Carlos Damin, especialista en salud pública y toxicología-. La gente cree que es menos dañino que fumar tabaco, que puede servir para dejar otro tipo de sustancias, que la marihuana sirve para dormir, que es buena para relajarse, para estar mejor y para tratar la depresión”.

Las familias, de acuerdo a su vasta experiencia, también tienen una mirada permisiva. “Para los padres es terrible enterarse de que su hijo consume cocaína, pero no es así con determinadas sustancias como la marihuana y el alcohol”, señala.

¿En qué se basa esta actitud? Quizá, plantean Damin y Luccisano, parte del fundamento está en “la buena publicidad” construida alrededor del cannabis; mitos que se arrastran desde hace varias generaciones. Algunos de los más escuchados, derivan del origen de la planta. “No necesariamente que sea natural le quita toxicidad. A su vez, las concentraciones actuales de THC [tetrahidrocannabinol] son cinco veces mayores que las de antes, y el daño puede ser mayor y en menor tiempo”, explica Luccisano.

Otro de los supuestos es que no genera adicción. Sin embargo, el profesional describe que entre el 10 y el 17% de los consumidores desarrollan un trastorno por uso de cannabis, con un riesgo mayor de padecerlo cuando el consumo se inicia antes de los 18 años.

Pero la lista no termina ahí. Hay más: “Es una medicina y en muchos lugares es legal, o sea que no puede hacer mal”. Es preciso diferenciar, refuerza Luccisano, que el uso de CBD (cannabidiol) con fines terapéuticos es distinto al consumo recreativo de la marihuana, que tiene alto contenido de THC, y puede desencadenar trastornos de ansiedad, daño cognitivo y psicosis.

Por último, el mito piadoso: “Un ‘porrito’ de vez en cuando no tiene consecuencias”. Luccisano afirma que puede haber un único consumo y que produzca trastornos en determinados organismos, como problemas de sueño, memoria o ansiedad.

En los adolescentes el riesgo de efectos graves es mayor porque su cerebro aún se encuentra en desarrolloStandret – Shutterstock

Los efectos de la marihuana, en forma de cigarrillo o al ser inhalada por vapeo, señala Damin, repercuten en todo el cuerpo. El primer órgano de choque es el pulmón. “Al fumar, no solo se incorporan los 400 principios activos que tiene la planta de marihuana, de los cuales 80 son cannabinoides psicoactivos, sino que también se incorporan los 7000 componentes químicos que tiene el humo, de los cuales 100 son cancerígenos. La bronquitis crónica es la patología de base, que puede llegar a generar un cáncer de pulmón, por supuesto”, indica Damin.

Con respecto a los vapeadores, el experto reconoce que el riesgo de desarrollar una enfermedad de tipo cancerígena disminuye pero aclara que, de todos modos, “se incorporan los 400 principios activos que la planta tiene”.

A nivel cerebral, relata Damin, los consumidores buscan lograr sensaciones de felicidad, euforia o relajamiento, entre otras. Sin embargo, el efecto no siempre resulta ser el esperado. “Se pueden manifestar enfermedades que estaban latentes o compensadas, como esquizofrenia, trastornos bipolares y depresión -enumera el experto-. Patologías que estaban estabilizadas pero que frente al consumo de marihuana se manifiestan claramente”.

La llamada “psicosis cannábica” es un cuadro agudo y transitorio, o en algunos casos un disparador de psicosis crónica en personas predispuestas. “Se ha comprobado que el consumo frecuente en adolescentes multiplica por cinco el riesgo de desarrollar psicosis o esquizofrenia, y algunos estudios sugieren cifras aún mayores”, aporta Luccisano.

En nuestro país, la marihuana es una sustancia ilícita, al igual que en casi todo el mundo, con excepción de Uruguay, algunos estados de Estados Unidos y Países Bajos. La ley 23.737, vigente en la Argentina, penaliza la tenencia y consumo, tanto en la vía pública como en el ámbito privado, como así también el autocultivo de cannabis con fines recreativos. Si el objetivo es terapéutico, sí está permitido, con una autorización otorgada a través del Ministerio de Salud.

De todos modos, existen algunos grises. El fallo Arriola de la Corte Suprema en 2009, que declaró inconstitucional la penalización de la posesión de marihuana para consumo personal en el ámbito privado, se basó en el artículo 19 de la Constitución Nacional que protege las acciones privadas de las personas siempre y cuando no afecten a terceros.

“Los jueces toman como jurisprudencia el fallo Arriola para no meterte preso ni iniciar una causa penal. Pero la Policía tiene la obligación de detenerte si te encuentran con un ‘porro’”, resalta Damin. En aquella resolución, no quedó claro qué cantidad puede ser considerada para consumo personal.

Carmela -que pide reserva de su nombre real- es amiga de Josefina desde la infancia. Comparten salidas, pero tienen miradas diferentes sobre la manera de disfrutar. “Varios del grupo fuman marihuana y toman alcohol. Cuando yo también tomo algún trago. No me parece mal, pero lo que me molesta es que cada vez que nos juntamos eso sea una condición para pasarla bien. Es como que fuman un ‘porro’ para cagarse de risa por cualquier cosa, para hacer boludeces. A veces me cansa, porque empiezan a reírse de la nada misma y es como que los demás nos quedamos afuera”, dice.

La risa inmotivada, entre una larga lista, es uno de los efectos a corto plazo del cannabis. Ese efecto que a Carmela la exaspera. ¿Por qué hoy un adolescente comienza con este tipo de consumo? ¿Hay nuevos motivos, quizá, ligados a la coyuntura de la época? La adolescencia, coinciden los especialistas, es una etapa de exploración, búsqueda de identidad y transgresión. “Hoy, además, nos encontramos con una cultura muy enfocada en el placer inmediato y la evitación del malestar -arriesga Luccisano-. Sentir placer se ha transformado en un objetivo en sí mismo, mientras que la angustia, parte natural del proceso de crecer, se vive como algo intolerable”.

La evitación del malestar es uno de los principales impulsos para fumar marihuana, al que se suma la búsqueda de placer inmediato, propio de estos tiemposShutterstock

Como parte de un trabajo de prevención, la pediatra y toxicóloga Silvia Cabrerizo trata la problemática del consumo en el consultorio. Impulsa una conversación con los chicos y adolescentes, pero también con los adultos. “Siempre lo charlo cuando vienen los papás de bebés lactantes. Muchas veces, como ellos consumen, abordamos el tema desde la crianza. Quieren reorganizar su dinámica y dejar de fumar. Lo mismo cuando llegan a la consulta mujeres embarazadas. Hablamos de los riesgos y de los efectos adversos de consumir cannabis durante este período”, relata la especialista, que también es secretaria del Grupo de Trabajo de Adicciones de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).

Los modos del consumo de marihuana, casi naturalizado en ciertos círculos de chicos y jóvenes, adquieren nuevas formas, fuera del cigarrillo convencional o el vapeo. “También los comestibles de cannabis son una preocupación -advierte Cabrerizo-. Cuando los adolescentes consumen una cookie, un brownie o unas ‘golosinas’ con THC que vienen en formato de gomitas, el efecto no es tan inmediato como el del cigarrillo. El pico se alcanza a las dos horas, aproximadamente, entonces como los efectos tardan en llegar, comen uno, luego otro, y el riesgo de intoxicación es más alto”.

Afortunadamente, sugiere Damin, las gomitas con THC no están aún tan difundidas en nuestro país. “Realmente son muy peligrosas, porque este tipo de ‘golosinas’ pueden contener algún cannabinoide sintético, que son sustancias mucho más potentes que el cannabis, lo que ocasiona un problema grave, que puede generar cuadros de intoxicaciones agudas”, indica.

El consumo de marihuana con fines recreativos se inicia a edades cada vez más tempranas y para algunos es condición para disfrutar de la nochemarcelo-aguilar-4503

Otra modalidad, sobre todo en adolescentes, es el uso de concentrados de THC, como el ‘wax’ [que tiene una apariencia similar a la cera o a la miel], ‘dab’ o dosis de aceites vaporizables que pueden llegar a una concentración de hasta 90% de THC. “Estos productos son cada vez más accesibles en un mercado informal y en redes sociales -asegura Luccisano-. El problema radica en que los adolescentes no conocen la diferencia entre estos derivados y el cannabis tradicional, cuyo THC rondaba entre el 3 y el 5% hace apenas dos décadas”.

Estos concentrados, precisan los psiquiatras, toxicólogos y pediatras, pueden aumentar considerablemente los cuadros de intoxicación, psicosis, despersonalización y desregulación emocional, además de generar mayor tolerancia y dependencia en menor tiempo.

“A esto hay que sumarle la publicidad de influencers o plataformas digitales que muestran el consumo como un estilo de vida chill, natural y libre, promocionando directa o indirectamente el consumo de cannabis sin ningún tipo de advertencia”, concluye Luccisano.

El trabajo en equipo entre la familia, el sistema de salud y el ámbito educativo resulta urgente para los especialistas. No alcanza solo con hablar del “porro” sino que es necesario comprender los problemas de fondo desde la perspectiva adolescente, con empatía y acompañamiento pero, sobre todo, con el posicionamiento de los padres como adultos con autoridad, que dimensionen la gravedad que puede provocar este consumo que suele ser subestimado.

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