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San Martín en Amberes

En los primeros días de julio de 1825, hace 200 años, el Libertador aceptó una invitación de Ferdinand Deslisle para visitar Amberes. Se alojaron en su casa, ubicada en una calle estrecha pero muy pintoresca, de nombre difícil de pronunciar: Vlaeykensgang, en el número 62. Había conocido a Ferdinand en la Sociedad de Comercio, en la Grand Place de Bruselas. Allí iniciaron un vínculo que se transformaría en una amistad duradera. Aprovechando el buen clima del verano, partieron en diligencia Ferdinand, Justo Rufino, hermano del General, y el propio Libertador. José de San Martín disfrutaba mucho de los viajes, y a lo largo de su “retiro” lo hará cada vez que se presente una oportunidad.

Llegar a Amberes les llevó prácticamente todo el día, a pesar de que la distancia, unos 60 km, no era especialmente larga para la época. Esto se debió a que hicieron una parada de algunas horas para visitar Malinas. Esta ciudad, una joya histórica de la región, fue fundada 500 años a. C. Se encuentra a mitad de camino entre Bruselas y Amberes, y llegó a ser capital de los Países Bajos. Su catedral gótica, San Rumoldo, tiene una torre principal de 97 metros de altura. También se encuentra allí el Palacio de Margarita de Austria, del siglo XVI, y sus calles, milenarias, conservan aún un trazado histórico. Parte de la ciudad fue destruida por los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, y luego reconstruida.

Los visitantes caminaron por la localidad, recorrieron sus calles y la costanera sobre el río Dyle. Almorzaron y continuaron viaje para llegar a Amberes en la tarde de un caluroso día de julio. Amberes es una ciudad con una vasta historia y rica cultura. Allí se podía –y aún se puede– admirar, entre otras, las magníficas obras de Peter Paul Rubens (1577-1640), que vivió y pintó en esa ciudad. Su casa-museo se conserva aún hoy. Sus famosas obras El descendimiento de la cruz, La elevación de la cruz, La asunción de la Virgen y La resurrección de Cristo pueden admirarse en la Catedral de Nuestra Señora. Esas obras, originalmente ubicadas allí, fueron saqueadas en 1794 y recuperadas en 1815. San Martín, durante sus visitas a la ciudad, solía detenerse en la catedral para contemplarlas.

La vida de los visitantes era muy relajada, digamos un verdadero “reposo del guerrero”. Paseaban por la ciudad, admiraban el puerto y los numerosos edificios de diversos estilos arquitectónicos, como el gótico flamenco, el renacimiento flamenco, el barroco flamenco y el neogótico. Uno de los edificios más destacados es el Ayuntamiento o Comuna, construido en 1561 en estilo renacentista con fuerte influencia italiana. Los días de verano son largos en esta región, y aún se puede ver luz después de las 22:00. Sin embargo, las costumbres dictaban que se cenara no más allá de las 19:00. Luego, salían a caminar y visitaban distintas brasseries. Esta región tiene una enorme variedad de cervezas, y los amigos aprovechaban para probar siempre una diferente. San Martín prefería el vino tinto, aunque reconocería más tarde que fue en su residencia de Bruselas donde llegó a disfrutar de los distintos tipos de cerveza.

De esta amistad con Deslisle, y conociendo sus virtudes, surgió en el Libertador la idea de proponer a su amigo como cónsul argentino en los Países Bajos. Este cargo, ad honorem, tenía para el General gran importancia. San Martín era un embajador sin título, y durante su retiro en Europa buscaba difundir la independencia de los nuevos países americanos, aún no reconocidos por las potencias europeas. Deslisle podía contribuir a esa causa, y existen indicios de que así fue. Incluso el General Bartolomé Mitre lo menciona. San Martín seguramente disfrutó de esta ciudad, recorriéndola junto a su hermano y su amigo belga en diversas visitas.

A su regreso a Bruselas, encontró correspondencia de su entrañable amigo Guido. En su respuesta, le recordó los pronósticos que había hecho sobre la crisis que sobrevendría al concluir la guerra de la emancipación. Estaba convencido de que el atraso cultural de la población se debía a la falta de leyes fundamentales, a lo que se sumaban las pasiones e intereses individuales. En esa carta, le escribió: “Para defender la Libertad y sus derechos, se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción, de elevación de alma y, por consiguiente, capaces de sentir el intrínseco y no arbitrario valor de los bienes que proporciona un gobierno representativo.”

General; académico del Instituto Sanmartiniano

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